Las musas de Parra
Parra creó la antipoesía hace cincuenta años. A diferencia de Neruda, sus versos no dan cuenta explícita de las mujeres que han inspirado su vida.
Por Marcela Escobar Q. Foto: Juan Eduardo López
Las puertas de la casa que Nicanor Parra tiene en Las Cruces están abiertas. La de la reja que da a la calle Lincoln y también la principal, ésa que alguien pintarrajeó de negro con la leyenda "antipoe-sía". Una mujer joven sale al paso, Nicanor no sabe de esta visita, pero la mujer promete averiguar si está dispuesto a recibir gente. El autor de El hombre imaginario parece cansado y luce una barba de varios días, pantalones de cotelé, zapatos claros, camisa, chaleco y una chaqueta de cuero que le queda grande. Camina sin prisa, sosteniendo entre sus manos una taza con té.
Cuando se entera de que el objetivo de esta visita es averiguar sobre sus musas, Nicanor se queda en silencio. "Tremendo tema", masculla de pronto, sin muchas ganas pero gentil. Dice que está cansado, que han sido días de festejos por su cumpleaños número 90, que no se siente bien. La respuesta para contrarrestar nuestra insistencia ya la tiene preparada.
Estoy entre paréntesis, especialmente en ese tema explica. Se pone firme y repite: Estoy entre paréntesis. Ésa es mi respuesta.
Nicanor Parra nunca ha hablado sobre las mujeres que inspiraron sus versos. Tampoco sobre aquellas con las que se casó, con las que tuvo hijos, con las que vivió intensos romances. A diferencia de Neruda, quien dedicó explícitamente obras completas a sus mujeres, Parra ha sido un poeta discreto. Un caballero sin memoria, entre paréntesis.
Hubo algunas, sin embargo, que dejaron huellas y por escrito. Los versos de Aromos, publicado en Canciones rusas, son para Inga Palme, la mujer de origen sueco con quien Parra se casó en 1951. En El obrero textil, "aquella joven inexplicable" sería Nury Tuca, su última esposa, la madre de sus hijos Juan de Dios y Colombina. Y esa mujer "imaginaria" que inspiró las líneas de El hombre imaginario también tendría nombre y apellido.
Ah, ella murió... lamenta Nicanor, en la puerta de su jardín. No quiere hablar más, al parecer. Sigue siendo ese personaje impenetrable que él ha construido, que no da entrevistas, que se ha acostumbrado a que lo traten como si fuera una estrella de rock. Parra no ha bebido una gota de té y, sin permitir avanzar un paso, dice adiós con la misma gentileza inicial. Estoy cansado, lo siento, han sido días muy duros.
El auto ya tomaba rumbo a Santiago cuando Nicanor hace una seña con la mano. "Espere", dice. "Tengo algo que puede servirle, justo cuando usted llegó estaba escribiendo un poema sobre ese tema".
Parra camina hacia el garaje, donde está estacionado el Escarabajo que todavía conduce en la costa, pero que, ni por nada, manejaría en Santiago. Allí tiene una mesa, una silla, un tinto sin descorchar, varios libros y unos cuantos cuadernos. Un espacio estrecho a modo de escritorio con una vista deslumbrante de la playa de Las Cruces. Las ventanas permiten que el sol entre a destajo.
Nicanor quiere mostrar su último texto. Por lo estrecho de su escritorio improvisado, invita a su casa y es en la terraza donde da lectura a La Sagrada Familia, que ha escrito en hojas blancas con su clásica caligrafía.
Se lo entrego sólo porque tengo la jeta caliente lanza Parra, entre risas. Estoy en el estado de ánimo de quien escribe un poema, si lo leo en una semana más lo boto al basurero.
Lo que rescató de la basura es, en sus palabras, "un poema de amor muy ambicioso, porque está en el núcleo del cristianismo. San José, la Virgen, Jesús...". El José de Parra es un padre platónico, al que sólo le basta con que le digan papá.
Eso dice el autor. El hablante lírico del poema, como dicen los críticos. A mí, que me registren. No-no-no, esta no es poesía confesional ni autobiográfica.
Pensando en el poema, ¿usted está más platónico, entonces?
Más platónico que aristotélico, ¿y qué otra cosa puede hacer un viejo?
EL ILUMINADO
Hace un año, en la casa que Nicanor tiene en La Reina, el poeta Francisco Véjar fue testigo de un episodio de este tenor. Amigo de Parra desde hace años, lo acompañaba cuando llegaron a visitarlo dos muchachas. Eran jóvenes, no mayores de 25 años, y "realmente coqueteaban con él", recuerda Véjar. "Ambas le dejaron el número de su teléfono celular, y después de que se fueron, Nicanor me dijo: 'Pancho, caramba, ellas me piden amor aristotélico, y yo lo único que les puedo ofrecer es amor platónico"'.
Los juegos de palabras se le dan bien a Nicanor. No por nada es quien es. El candidato al Nobel, el poeta del homenaje constante, el referente cultural de la izquierda y la derecha, el hombre que a los noventa años no pierde su atractivo. El escudo del amor platónico es algo que Parra ha mencionado antes, como la mejor manera de mantenerse a resguardo.
Sergio Badilla conoció a Parra en un encuentro de escritores en Viña del Mar, allá por 1967. En ese entonces, el joven poeta Badilla supo de las maneras con que Nicanor, a esas alturas un vate consagrado, conquistaba a las mujeres.
"Tenía un amor casi infantil, les mandaba recaditos", describe Badilla. Sigue: "Siempre hacía un poema cuando se enamoraba de una mujer. Estoy seguro de que debe haber repartido muchos, en diferentes encuentros. Así comenzaba, con una actitud casi ingenua, muy suave, casi romántica. Era capaz de hablar despacito, como iluminado".
Así era cuando Parra quería conquistar a una mujer. Luego de que conseguía la atención de su objetivo, Nicanor retrocedía. Se volvía misterioso, un galán poco común, nada de atrevido. Badilla explica esa estrategia: "Parra combina esa capacidad increíble que tiene no sólo en las letras, sino que también en lo científico. Es un hombre vinculado a la física superior, un hombre de laboratorio, de ensayo. Si combinamos estas dos vertientes, lo que sale es una mezcla de pólvora, un hombre impredecible. Un hombre imaginario, como dice él".
El recientemente fallecido Julio Ortiz de Zárate Burchard, compañero de Parra en el Instituto Pedagógico, le contó a su hija Beatriz de un primer amor al que el poeta cortejó con estas artes, las de la escritura. "Le escribió una carta de amor a Toya Cornejo, compañera de ambos en el Pedagógico", rememora Beatriz. "Fue un amor platónico, la cortejaba a través de las palabras. Entonces las niñas eran más difíciles que las de ahora. Mi papá decía que Nicanor se escondía y la miraba entre los árboles".
Toya Cornejo se encontró con Julio Ortiz de Zárate hace unos años. Según la hija de éste, la mujer todavía conserva la carta de Parra.
El primer tiempo en que Beatriz Ortiz de Zárate frecuentó a Parra fue en su infancia, cuando el poeta estaba casado con su primera esposa, Ana Troncoso. El matrimonio de la pareja había sido en 1940 y ya tenía a sus tres hijos, Catalina, Francisca y Alberto. Por entonces, Nicanor había ganado una beca para perfeccionarse en Oxford, en cosmología. Eran los años en que todavía ejercía una doble militancia: la poesía y la ciencia.
Para que su esposa no se quedara sola mientras él estaba en Inglaterra, Nicanor le pidió a Julio Ortiz de Zárate que se mudara, junto a su familia, a la casa donde vivían Anita y los niños. Beatriz tenía unos seis años. Dice que Anita era una mujer alegre y hermosa, morena de ojos rasgados, de pelo negro hasta la cintura y con "un cuerpo escultural". Beatriz no recuerda más de esos años pero supo después, por su padre, que cuando Nicanor regresó de Inglaterra, en 1951, estaba enamorado de otra mujer. La sueca Inga Palme.
"fui Viejo verde"
Son las doce y media del primer martes de septiembre. Nicanor Parra tiene noventa años y dos días y, desde su terraza, domina toda la playa. Ha cruzado el hall de acceso donde hay unas cuatro máquinas de escribir y una exhibición casera de sus famosos artefactos, que van cambiando de acuerdo con el azar y su estado de ánimo. Desde algún lugar saca su sombrero de lona verde. Es innecesario, porque la terraza está a resguardo del sol. Parra, sin embargo, no se lo quita.
A los mayores de cuarenta años creo que los llaman viejos verdes, ya... afirma Parra con tono inseguro.
¿Entonces fue viejo verde después de los 40?
Fui viejo verde porque no sabía que no había que serlo. Después aprendí la lección, con el Código de Manú, de los antiguos maestros hindúes que, según Nietzsche, son los que más saben del mundo.
Parra está sumergido en las enseñanzas del Código de Manú, como si aspirara a convertirse en un hombre superior o "sacerdote brahman", el individuo al cual apela el libro de los hindúes. La misma mujer que le avisó de esta visita ha traído más té; Parra continúa entusiasmado con la enumeración de las edades del hombre superior. Primero está el neófito o lector de las sagradas escrituras, recita. Luego, el galán o fundador de familia. Después, el anacoreta. Y finalmente, el asceta. "O mariposa resplandeciente", precisa Nicanor, abriendo los ojos, alzando el dedo índice y marcando la voz en las dos últimas sílabas, en una actitud similar a la de los profesores frente a sus alumnos.
Fíjese que el Código de Manú dice que cuando nace el primer nieto, o sea entre los 40 y los 50, lo correcto es que el hombre superior renuncie al mundo. Significa renunciar, en primer lugar, a la mujer; en segundo lugar, a la familia; tercero, a los bienes materiales y cuarto, renunciar a la fama, a la búsqueda de la fama.
Esa renuncia no debe ser fácil. A los 40, a los 50 años, un hombre es todavía parte del mundo.
Pero es lo correcto de acuerdo con los antiguos maestros hindúes. Yo lo único que puedo hacer es rendir cuenta de esas lecturas.
¿Sólo ha rendido cuenta de las lecturas o lo ha vivido así?
Eso lo vamos a conversar. Esta es una conversación y no es una entrevista. Yo estoy entre paréntesis. Déjeme completarle el Código de Manú.
Parra no contestará la pregunta.
ALTAS, RUBIAS, VISTOSAS
"Con la gente que le cae mal, Nicanor cierra las puertas", explica Francisco Véjar. Y precisa: "Es más complicado que las mujeres accedan a este círculo de amigos, porque siempre son un objeto romántico. Recuerdo que una vez lo fue a ver una amiga de su edad, y Nicanor estaba incómodo, no se relajaba".
Según Sergio Badilla, Parra prefiere las mujeres jóvenes, "de estrato social relativamente alto, intelectuales, vinculadas a las letras o al arte".
El mismo Nicanor, en una entrevista que le hizo el escritor José Donoso en 1960, reconoce que siempre le han gustado "las mujeres altas, rubias, muy vistosas". A propósito de Inga Palme, su segunda esposa, diría: "Inga me pareció la muchacha más hermosa que jamás había visto. Y me casé con ella en Londres. Yo soy una persona caótica sentimentalmente y, a pesar de eso, Inga siempre ha estado junto a mí y me ha apoyado. Es la persona con la que cuento en la vida, que me comprende y sabe perdonarme".
Beatriz Ortiz de Zárate tenía unos doce años cuando Nicanor Parra e Inga Palme visitaron la casa de sus padres. "Ella era una mujer rubia, muy amable, muy gentil y muy enamorada de Nicanor. Él también se veía enamorado de ella", recuerda Beatriz. Tiempo después, sus padres se encontrarían con Inga en el centro, sola, y ésta les habría confesado que Nicanor "hizo un viaje y ha traído a otra sueca, es terrible".
La "otra sueca" era Sun Axelsson, poeta de unos 23 años a quien Parra conoció en Estocolmo. Sun era la novia del poeta y traductor Lasse Söderberge, pero quedó encantada con Parra.
Sergio Badilla, quien vivió en Estocolmo muchos años, conoció la historia de boca de Sun Axelsson: "Nicanor ve a una morena de ojos azules y, como él siempre fue muy flir-
teador, comienza a agasajarla. Nicanor tendría unos 44 años, pero eso no importa. El poeta es siempre joven de alma".
Mientras está en Estocolmo, Nicanor se queda en la casa de Sun, en el barrio sur de Estocolmo. Luego viaja a Pekín y le trae
de regalo un rollo de seda negra, cruda,
de China. Sergio Badilla asegura que Sun Axelsson, hoy de unos 70 años, todavía conserva ese obsequio. Y que ella misma le ha dicho que los meses que vinieron después, en los que Nicanor se quedó en su casa, fueron "meses de felicidad".
En la entrevista que le hizo José Donoso, Parra explica su fascinación por las mujeres suecas: "Es como si el sexo no tuviera importancia para ellas y buscan el placer sin inhibiciones y, si es posible, sin amarras de orden sentimental. Es cierto que estoy hablando de un ambiente muy liberado, el mundo que corresponde a los 'beatniks', y a los 'angry young men', y me imagino que existirán allá, como en todas partes, ambientes con costumbres muy diferentes. Pero la libertad sexual de los países nórdicos es algo..., bueno, que no nos podemos imaginar en Chile. Yo, que no soy ningún santo, me sentía allá un verdadero mojigato".
Lo que vino después de la fascinación mutua entre Nicanor y Sun Axelsson fue confuso. El poeta regresó a Chile, junto a Inga, y al tiempo Sun decidió venir tras él. Sólo cuando llegó a Santiago se enteró de que Parra estaba casado. Sun Axelsson ha escrito libros contando su despecho. Ha dicho que Nicanor habló con su hermana Violeta para que se hiciera cargo, que la dejaba encerrada, que no quería que viera a nadie y que no le creyó cuando enfermó de tifus. En las continuas discusiones sobre el esquivo Nobel para Parra se ha hablado del daño que el despecho de Sun Axelsson ha causado en la campaña por el premio, y si bien la sueca ya declaró que perdonó a Nicanor, tiene a su haber tres libros en los que menciona su historia con el poeta.
"Sun no sólo va a escribir en contra de Nicanor", reconoce Sergio Badilla, "sino que lo ignora. Ella es la gran traductora del idioma español al sueco, y en una antología le publica un poemita y lo pone a la altura de poetas como los de mi generación, que por entonces no teníamos ni siquiera una obra hecha. Eso es ningunearlo".
Cuando Beatriz Ortiz de Zárate conoció a Sun, tenía unos diecisiete años. Era una joven estudiante de Bellas Artes. Le presentaron a la sueca el mismo día en que conoció a Enrique Lihn y Jorge Teillier, quien después sería su esposo. De Sun, recuerda: "Tenía cara de leona, con grandes ojos verdes. Proponía una gran libertad sexual".
Años después de la ruptura, Nicanor escribiría en Aromos: "Paseando hace años/ Por una calle de aromos en flor/ Supe por un amigo bien informado/ Que acababas de contraer matrimonio./ Contesté que por cierto/ Que yo nada tenía que ver en el asunto./ Pero a pesar de que nunca te amé/ Eso lo sabes tú mejor que nadie/ Cada vez que florecen los aromos/ Imagínate tú/ Siento la misma cosa que sentí/ Cuando me dispararon a boca de jarro/ La noticia bastante desoladora/ De que te habías casado con otro."
Ante su amigo Francisco Véjar, Nicanor Parra reconoció que estos versos escritos en 1967 eran para Inga Palme.
LA MUJER IMAGINARIA
Desde que se casó con el poeta Jorge Teillier, en 1963, Beatriz Ortiz de Zárate comenzó a frecuentar la casa que Nicanor Parra tenía en La Reina. Por entonces, Parra estaba casado con Rosita Muñoz, quien fue empleada del poeta. Tuvieron un hijo, Ricardo.
"Nicanor decía que Rosita tenía ojos de estrella, era su reina, él se enamoró de ella", dice Beatriz, quien llegó a conocer bastante a Rosita. "Era morena, de ojos muy lindos, muy aguda y muy brillante. Le tenía todo impecable a Nicanor; una dueña de casa espléndida, una anfitriona maravillosa que sabía callar. Tenía el mismo tipo de Anita Troncoso, como una de las bellezas pintadas por Gauguin".
No hay correspondencias explícitas entre Rosita Muñoz y la literatura parriana. Sí existen pistas de otra mujer de características físicas similares a Ana Troncoso y Rosa Muñoz. Se trata de Mónica Silva, una mujer citada textualmente en un verso de Parra.
Francisco Véjar supo de ella: "En uno de los dormitorios de su casa de La Reina hay una foto ampliada. Nicanor me dijo que era la verdadera Mónica Silva, y la suya correspondía a la belleza tradicional chilena. Me dijo: 'Para que te des cuenta, Pancho, Mónica Silva existió en la vida real, es ella'. No me habló mayores detalles".
Después de Rosita Muñoz, Nicanor volvió a enamorarse de una rubia muy joven, de ojos azulísimos. "Una mujer bellísima", le han dicho a Francisco Véjar. Ella fue Nury Tuca, la madre de los hijos más jóvenes de Nicanor Parra, Juan de Dios y Colombina.
"Fue un romance muy fuerte, nada de pasajero, pero también muy conflictivo", asegura Véjar. Y eso porque a Parra, según su amigo, le gustan no sólo las mujeres más bellas, sino que también "complicadas".
Francisco dice que a Nicanor le queda cierta nostalgia de sus amores inconclusos. No todos, sin embargo, han tenido la trascendencia del que sostuvo con Ana María Molinare, la mujer que inspiró los versos de El hombre imaginario.
Cristián Warnken aseguró que es "el mejor poema de amor y dolor en castellano". Que por esto merece el Nobel. En sus versos finales, se lee: "Y en las noches de luna imaginaria/ sueña con la mujer imaginaria/ que le brindó su amor imaginario/ vuelve a sentir ese mismo dolor/ el mismo placer imaginario/ y vuelve a palpitar/ el corazón del hombre imaginario".
En la visita que Francisco Véjar le hizo a Parra hace un mes, el poeta le confesó que estuvo enamorado de Ana María.
"Ana María Molinare era una mujer de carácter, como lo es también Nicanor", elucubra Véjar. Se conocieron a fines de los 70, ella estaba separada y tenía unos 34 años. Nicanor le doblaba la edad. Vivieron juntos un par de años y, por lo que cuenta una de sus amigas, la relación entre ambos fue "muy intensa y fuerte. Se trató de un amor apasionado, muy romántico para ella. Estaba fascinada con él, se sentía muy querida y él era un gran poeta. Por esos años ya había un grupo que lo postulaba al Nobel".
"Estaban en etapas distintas", agrega esta misma fuente, explicando por qué la relación no prosperó. Varios años después del término de su relación con Nicanor, Ana María murió en forma trágica, al caer de su departamento.
Es probable que después de ella haya habido otras mujeres. Francisco Véjar conoció a la última, con la que vivió al menos hasta 1996. Tres años antes, Véjar llegó a Las Cruces junto a Antonio Avaria y Jorge Teillier y les abrió la puerta una muchacha muy joven, que vestía short y polera. Les dijo que Nicanor dormía la siesta, que regresaran más tarde. "Se llamaba Andrea Lodeiro", recuerda Véjar. "Cuando volvimos, ella estaba vestida elegantísima y Nicanor había puesto tasas muy finas para servir el té. Todas las veces que la vi, ella estaba muy incorporada a la vida cotidiana de Nicanor Parra. Si necesitaba un libro ella sabía dónde estaba y se lo traía. Eran pareja, de andar tomados de la mano". Francisco coincidió nuevamente con ambos en el invierno de 1994, en un encuentro de escritores en Temuco. "Andaban juntos para todos lados y Nicanor estaba muy contento, muy orgulloso de presentarla".
Nicanor y Andrea se habrían separado después de 1996. Ese año fue el lanzamiento de Hojas de Parra, la última vez que Francisco Véjar los vio juntos. "Estuve muy cerca suyo en esa época y Nicanor quedó muy mal después de esa separación. Estuvo muy enamorado. Después de la Andrea y de ese desgarro vino el discurso del anacoreta, de quien se retira al bosque y renuncia".
Según el Código de Manú, el anacoreta se va solo y desnudo al bosque. Así lo explica el propio Parra, al menos. En la terraza de su casa de Las Cruces, sentado sobre una silla blanca, de plástico, Nicanor ha desmenuzado todos los pasos que debe seguir un hombre superior según el manual de vida de los hindúes. Al igual que el anacoreta, Parra está solo; no sabemos si es feliz. "A Nicanor le hizo falta una señora, una mujer que fuera su pareja en el mundo espiritual, emocional. Él no lo reconoce ni lo dice, pero siento que le hizo falta", había mencionado Francisco Véjar. Luego del discurso del anacoreta, esas palabras cobran sentido.
La pregunta sería la siguiente interpela Parra, como si fuera, de nuevo, un profesor dictando cátedra ¿A qué se va solo el anacoreta al bosque? Se va en pos de Brahma. Usted se preguntará quién es Brahma. Alma universal de la que fuimos mutilados contra la voluntad divina, por unos demonios disfrazados de dioses...
Nicanor hace una pausa y parece, por fin, fuera del embelesamiento que le provocan los preceptos orientales. Abandona el discurso de docente que ha sostenido por más de una hora, y confiesa:
Yo leí esto tardíamente. Llegué a Las Cruces como un anacoreta de 80 años. Hacía tiempo que tendría que haber sido asceta. En términos generales, salvo error u omisión, a mí me parece que esta es la cosmovisión más coherente en materia de sociabilidad... A propósito de qué llegamos a este punto, ¿se acuerda?
A propósito del amor platónico. El único del que ahora Parra se siente capaz.
Parra creó la antipoesía hace cincuenta años. A diferencia de Neruda, sus versos no dan cuenta explícita de las mujeres que han inspirado su vida.
Por Marcela Escobar Q. Foto: Juan Eduardo López
Las puertas de la casa que Nicanor Parra tiene en Las Cruces están abiertas. La de la reja que da a la calle Lincoln y también la principal, ésa que alguien pintarrajeó de negro con la leyenda "antipoe-sía". Una mujer joven sale al paso, Nicanor no sabe de esta visita, pero la mujer promete averiguar si está dispuesto a recibir gente. El autor de El hombre imaginario parece cansado y luce una barba de varios días, pantalones de cotelé, zapatos claros, camisa, chaleco y una chaqueta de cuero que le queda grande. Camina sin prisa, sosteniendo entre sus manos una taza con té.
Cuando se entera de que el objetivo de esta visita es averiguar sobre sus musas, Nicanor se queda en silencio. "Tremendo tema", masculla de pronto, sin muchas ganas pero gentil. Dice que está cansado, que han sido días de festejos por su cumpleaños número 90, que no se siente bien. La respuesta para contrarrestar nuestra insistencia ya la tiene preparada.
Estoy entre paréntesis, especialmente en ese tema explica. Se pone firme y repite: Estoy entre paréntesis. Ésa es mi respuesta.
Nicanor Parra nunca ha hablado sobre las mujeres que inspiraron sus versos. Tampoco sobre aquellas con las que se casó, con las que tuvo hijos, con las que vivió intensos romances. A diferencia de Neruda, quien dedicó explícitamente obras completas a sus mujeres, Parra ha sido un poeta discreto. Un caballero sin memoria, entre paréntesis.
Hubo algunas, sin embargo, que dejaron huellas y por escrito. Los versos de Aromos, publicado en Canciones rusas, son para Inga Palme, la mujer de origen sueco con quien Parra se casó en 1951. En El obrero textil, "aquella joven inexplicable" sería Nury Tuca, su última esposa, la madre de sus hijos Juan de Dios y Colombina. Y esa mujer "imaginaria" que inspiró las líneas de El hombre imaginario también tendría nombre y apellido.
Ah, ella murió... lamenta Nicanor, en la puerta de su jardín. No quiere hablar más, al parecer. Sigue siendo ese personaje impenetrable que él ha construido, que no da entrevistas, que se ha acostumbrado a que lo traten como si fuera una estrella de rock. Parra no ha bebido una gota de té y, sin permitir avanzar un paso, dice adiós con la misma gentileza inicial. Estoy cansado, lo siento, han sido días muy duros.
El auto ya tomaba rumbo a Santiago cuando Nicanor hace una seña con la mano. "Espere", dice. "Tengo algo que puede servirle, justo cuando usted llegó estaba escribiendo un poema sobre ese tema".
Parra camina hacia el garaje, donde está estacionado el Escarabajo que todavía conduce en la costa, pero que, ni por nada, manejaría en Santiago. Allí tiene una mesa, una silla, un tinto sin descorchar, varios libros y unos cuantos cuadernos. Un espacio estrecho a modo de escritorio con una vista deslumbrante de la playa de Las Cruces. Las ventanas permiten que el sol entre a destajo.
Nicanor quiere mostrar su último texto. Por lo estrecho de su escritorio improvisado, invita a su casa y es en la terraza donde da lectura a La Sagrada Familia, que ha escrito en hojas blancas con su clásica caligrafía.
Se lo entrego sólo porque tengo la jeta caliente lanza Parra, entre risas. Estoy en el estado de ánimo de quien escribe un poema, si lo leo en una semana más lo boto al basurero.
Lo que rescató de la basura es, en sus palabras, "un poema de amor muy ambicioso, porque está en el núcleo del cristianismo. San José, la Virgen, Jesús...". El José de Parra es un padre platónico, al que sólo le basta con que le digan papá.
Eso dice el autor. El hablante lírico del poema, como dicen los críticos. A mí, que me registren. No-no-no, esta no es poesía confesional ni autobiográfica.
Pensando en el poema, ¿usted está más platónico, entonces?
Más platónico que aristotélico, ¿y qué otra cosa puede hacer un viejo?
EL ILUMINADO
Hace un año, en la casa que Nicanor tiene en La Reina, el poeta Francisco Véjar fue testigo de un episodio de este tenor. Amigo de Parra desde hace años, lo acompañaba cuando llegaron a visitarlo dos muchachas. Eran jóvenes, no mayores de 25 años, y "realmente coqueteaban con él", recuerda Véjar. "Ambas le dejaron el número de su teléfono celular, y después de que se fueron, Nicanor me dijo: 'Pancho, caramba, ellas me piden amor aristotélico, y yo lo único que les puedo ofrecer es amor platónico"'.
Los juegos de palabras se le dan bien a Nicanor. No por nada es quien es. El candidato al Nobel, el poeta del homenaje constante, el referente cultural de la izquierda y la derecha, el hombre que a los noventa años no pierde su atractivo. El escudo del amor platónico es algo que Parra ha mencionado antes, como la mejor manera de mantenerse a resguardo.
Sergio Badilla conoció a Parra en un encuentro de escritores en Viña del Mar, allá por 1967. En ese entonces, el joven poeta Badilla supo de las maneras con que Nicanor, a esas alturas un vate consagrado, conquistaba a las mujeres.
"Tenía un amor casi infantil, les mandaba recaditos", describe Badilla. Sigue: "Siempre hacía un poema cuando se enamoraba de una mujer. Estoy seguro de que debe haber repartido muchos, en diferentes encuentros. Así comenzaba, con una actitud casi ingenua, muy suave, casi romántica. Era capaz de hablar despacito, como iluminado".
Así era cuando Parra quería conquistar a una mujer. Luego de que conseguía la atención de su objetivo, Nicanor retrocedía. Se volvía misterioso, un galán poco común, nada de atrevido. Badilla explica esa estrategia: "Parra combina esa capacidad increíble que tiene no sólo en las letras, sino que también en lo científico. Es un hombre vinculado a la física superior, un hombre de laboratorio, de ensayo. Si combinamos estas dos vertientes, lo que sale es una mezcla de pólvora, un hombre impredecible. Un hombre imaginario, como dice él".
El recientemente fallecido Julio Ortiz de Zárate Burchard, compañero de Parra en el Instituto Pedagógico, le contó a su hija Beatriz de un primer amor al que el poeta cortejó con estas artes, las de la escritura. "Le escribió una carta de amor a Toya Cornejo, compañera de ambos en el Pedagógico", rememora Beatriz. "Fue un amor platónico, la cortejaba a través de las palabras. Entonces las niñas eran más difíciles que las de ahora. Mi papá decía que Nicanor se escondía y la miraba entre los árboles".
Toya Cornejo se encontró con Julio Ortiz de Zárate hace unos años. Según la hija de éste, la mujer todavía conserva la carta de Parra.
El primer tiempo en que Beatriz Ortiz de Zárate frecuentó a Parra fue en su infancia, cuando el poeta estaba casado con su primera esposa, Ana Troncoso. El matrimonio de la pareja había sido en 1940 y ya tenía a sus tres hijos, Catalina, Francisca y Alberto. Por entonces, Nicanor había ganado una beca para perfeccionarse en Oxford, en cosmología. Eran los años en que todavía ejercía una doble militancia: la poesía y la ciencia.
Para que su esposa no se quedara sola mientras él estaba en Inglaterra, Nicanor le pidió a Julio Ortiz de Zárate que se mudara, junto a su familia, a la casa donde vivían Anita y los niños. Beatriz tenía unos seis años. Dice que Anita era una mujer alegre y hermosa, morena de ojos rasgados, de pelo negro hasta la cintura y con "un cuerpo escultural". Beatriz no recuerda más de esos años pero supo después, por su padre, que cuando Nicanor regresó de Inglaterra, en 1951, estaba enamorado de otra mujer. La sueca Inga Palme.
"fui Viejo verde"
Son las doce y media del primer martes de septiembre. Nicanor Parra tiene noventa años y dos días y, desde su terraza, domina toda la playa. Ha cruzado el hall de acceso donde hay unas cuatro máquinas de escribir y una exhibición casera de sus famosos artefactos, que van cambiando de acuerdo con el azar y su estado de ánimo. Desde algún lugar saca su sombrero de lona verde. Es innecesario, porque la terraza está a resguardo del sol. Parra, sin embargo, no se lo quita.
A los mayores de cuarenta años creo que los llaman viejos verdes, ya... afirma Parra con tono inseguro.
¿Entonces fue viejo verde después de los 40?
Fui viejo verde porque no sabía que no había que serlo. Después aprendí la lección, con el Código de Manú, de los antiguos maestros hindúes que, según Nietzsche, son los que más saben del mundo.
Parra está sumergido en las enseñanzas del Código de Manú, como si aspirara a convertirse en un hombre superior o "sacerdote brahman", el individuo al cual apela el libro de los hindúes. La misma mujer que le avisó de esta visita ha traído más té; Parra continúa entusiasmado con la enumeración de las edades del hombre superior. Primero está el neófito o lector de las sagradas escrituras, recita. Luego, el galán o fundador de familia. Después, el anacoreta. Y finalmente, el asceta. "O mariposa resplandeciente", precisa Nicanor, abriendo los ojos, alzando el dedo índice y marcando la voz en las dos últimas sílabas, en una actitud similar a la de los profesores frente a sus alumnos.
Fíjese que el Código de Manú dice que cuando nace el primer nieto, o sea entre los 40 y los 50, lo correcto es que el hombre superior renuncie al mundo. Significa renunciar, en primer lugar, a la mujer; en segundo lugar, a la familia; tercero, a los bienes materiales y cuarto, renunciar a la fama, a la búsqueda de la fama.
Esa renuncia no debe ser fácil. A los 40, a los 50 años, un hombre es todavía parte del mundo.
Pero es lo correcto de acuerdo con los antiguos maestros hindúes. Yo lo único que puedo hacer es rendir cuenta de esas lecturas.
¿Sólo ha rendido cuenta de las lecturas o lo ha vivido así?
Eso lo vamos a conversar. Esta es una conversación y no es una entrevista. Yo estoy entre paréntesis. Déjeme completarle el Código de Manú.
Parra no contestará la pregunta.
ALTAS, RUBIAS, VISTOSAS
"Con la gente que le cae mal, Nicanor cierra las puertas", explica Francisco Véjar. Y precisa: "Es más complicado que las mujeres accedan a este círculo de amigos, porque siempre son un objeto romántico. Recuerdo que una vez lo fue a ver una amiga de su edad, y Nicanor estaba incómodo, no se relajaba".
Según Sergio Badilla, Parra prefiere las mujeres jóvenes, "de estrato social relativamente alto, intelectuales, vinculadas a las letras o al arte".
El mismo Nicanor, en una entrevista que le hizo el escritor José Donoso en 1960, reconoce que siempre le han gustado "las mujeres altas, rubias, muy vistosas". A propósito de Inga Palme, su segunda esposa, diría: "Inga me pareció la muchacha más hermosa que jamás había visto. Y me casé con ella en Londres. Yo soy una persona caótica sentimentalmente y, a pesar de eso, Inga siempre ha estado junto a mí y me ha apoyado. Es la persona con la que cuento en la vida, que me comprende y sabe perdonarme".
Beatriz Ortiz de Zárate tenía unos doce años cuando Nicanor Parra e Inga Palme visitaron la casa de sus padres. "Ella era una mujer rubia, muy amable, muy gentil y muy enamorada de Nicanor. Él también se veía enamorado de ella", recuerda Beatriz. Tiempo después, sus padres se encontrarían con Inga en el centro, sola, y ésta les habría confesado que Nicanor "hizo un viaje y ha traído a otra sueca, es terrible".
La "otra sueca" era Sun Axelsson, poeta de unos 23 años a quien Parra conoció en Estocolmo. Sun era la novia del poeta y traductor Lasse Söderberge, pero quedó encantada con Parra.
Sergio Badilla, quien vivió en Estocolmo muchos años, conoció la historia de boca de Sun Axelsson: "Nicanor ve a una morena de ojos azules y, como él siempre fue muy flir-
teador, comienza a agasajarla. Nicanor tendría unos 44 años, pero eso no importa. El poeta es siempre joven de alma".
Mientras está en Estocolmo, Nicanor se queda en la casa de Sun, en el barrio sur de Estocolmo. Luego viaja a Pekín y le trae
de regalo un rollo de seda negra, cruda,
de China. Sergio Badilla asegura que Sun Axelsson, hoy de unos 70 años, todavía conserva ese obsequio. Y que ella misma le ha dicho que los meses que vinieron después, en los que Nicanor se quedó en su casa, fueron "meses de felicidad".
En la entrevista que le hizo José Donoso, Parra explica su fascinación por las mujeres suecas: "Es como si el sexo no tuviera importancia para ellas y buscan el placer sin inhibiciones y, si es posible, sin amarras de orden sentimental. Es cierto que estoy hablando de un ambiente muy liberado, el mundo que corresponde a los 'beatniks', y a los 'angry young men', y me imagino que existirán allá, como en todas partes, ambientes con costumbres muy diferentes. Pero la libertad sexual de los países nórdicos es algo..., bueno, que no nos podemos imaginar en Chile. Yo, que no soy ningún santo, me sentía allá un verdadero mojigato".
Lo que vino después de la fascinación mutua entre Nicanor y Sun Axelsson fue confuso. El poeta regresó a Chile, junto a Inga, y al tiempo Sun decidió venir tras él. Sólo cuando llegó a Santiago se enteró de que Parra estaba casado. Sun Axelsson ha escrito libros contando su despecho. Ha dicho que Nicanor habló con su hermana Violeta para que se hiciera cargo, que la dejaba encerrada, que no quería que viera a nadie y que no le creyó cuando enfermó de tifus. En las continuas discusiones sobre el esquivo Nobel para Parra se ha hablado del daño que el despecho de Sun Axelsson ha causado en la campaña por el premio, y si bien la sueca ya declaró que perdonó a Nicanor, tiene a su haber tres libros en los que menciona su historia con el poeta.
"Sun no sólo va a escribir en contra de Nicanor", reconoce Sergio Badilla, "sino que lo ignora. Ella es la gran traductora del idioma español al sueco, y en una antología le publica un poemita y lo pone a la altura de poetas como los de mi generación, que por entonces no teníamos ni siquiera una obra hecha. Eso es ningunearlo".
Cuando Beatriz Ortiz de Zárate conoció a Sun, tenía unos diecisiete años. Era una joven estudiante de Bellas Artes. Le presentaron a la sueca el mismo día en que conoció a Enrique Lihn y Jorge Teillier, quien después sería su esposo. De Sun, recuerda: "Tenía cara de leona, con grandes ojos verdes. Proponía una gran libertad sexual".
Años después de la ruptura, Nicanor escribiría en Aromos: "Paseando hace años/ Por una calle de aromos en flor/ Supe por un amigo bien informado/ Que acababas de contraer matrimonio./ Contesté que por cierto/ Que yo nada tenía que ver en el asunto./ Pero a pesar de que nunca te amé/ Eso lo sabes tú mejor que nadie/ Cada vez que florecen los aromos/ Imagínate tú/ Siento la misma cosa que sentí/ Cuando me dispararon a boca de jarro/ La noticia bastante desoladora/ De que te habías casado con otro."
Ante su amigo Francisco Véjar, Nicanor Parra reconoció que estos versos escritos en 1967 eran para Inga Palme.
LA MUJER IMAGINARIA
Desde que se casó con el poeta Jorge Teillier, en 1963, Beatriz Ortiz de Zárate comenzó a frecuentar la casa que Nicanor Parra tenía en La Reina. Por entonces, Parra estaba casado con Rosita Muñoz, quien fue empleada del poeta. Tuvieron un hijo, Ricardo.
"Nicanor decía que Rosita tenía ojos de estrella, era su reina, él se enamoró de ella", dice Beatriz, quien llegó a conocer bastante a Rosita. "Era morena, de ojos muy lindos, muy aguda y muy brillante. Le tenía todo impecable a Nicanor; una dueña de casa espléndida, una anfitriona maravillosa que sabía callar. Tenía el mismo tipo de Anita Troncoso, como una de las bellezas pintadas por Gauguin".
No hay correspondencias explícitas entre Rosita Muñoz y la literatura parriana. Sí existen pistas de otra mujer de características físicas similares a Ana Troncoso y Rosa Muñoz. Se trata de Mónica Silva, una mujer citada textualmente en un verso de Parra.
Francisco Véjar supo de ella: "En uno de los dormitorios de su casa de La Reina hay una foto ampliada. Nicanor me dijo que era la verdadera Mónica Silva, y la suya correspondía a la belleza tradicional chilena. Me dijo: 'Para que te des cuenta, Pancho, Mónica Silva existió en la vida real, es ella'. No me habló mayores detalles".
Después de Rosita Muñoz, Nicanor volvió a enamorarse de una rubia muy joven, de ojos azulísimos. "Una mujer bellísima", le han dicho a Francisco Véjar. Ella fue Nury Tuca, la madre de los hijos más jóvenes de Nicanor Parra, Juan de Dios y Colombina.
"Fue un romance muy fuerte, nada de pasajero, pero también muy conflictivo", asegura Véjar. Y eso porque a Parra, según su amigo, le gustan no sólo las mujeres más bellas, sino que también "complicadas".
Francisco dice que a Nicanor le queda cierta nostalgia de sus amores inconclusos. No todos, sin embargo, han tenido la trascendencia del que sostuvo con Ana María Molinare, la mujer que inspiró los versos de El hombre imaginario.
Cristián Warnken aseguró que es "el mejor poema de amor y dolor en castellano". Que por esto merece el Nobel. En sus versos finales, se lee: "Y en las noches de luna imaginaria/ sueña con la mujer imaginaria/ que le brindó su amor imaginario/ vuelve a sentir ese mismo dolor/ el mismo placer imaginario/ y vuelve a palpitar/ el corazón del hombre imaginario".
En la visita que Francisco Véjar le hizo a Parra hace un mes, el poeta le confesó que estuvo enamorado de Ana María.
"Ana María Molinare era una mujer de carácter, como lo es también Nicanor", elucubra Véjar. Se conocieron a fines de los 70, ella estaba separada y tenía unos 34 años. Nicanor le doblaba la edad. Vivieron juntos un par de años y, por lo que cuenta una de sus amigas, la relación entre ambos fue "muy intensa y fuerte. Se trató de un amor apasionado, muy romántico para ella. Estaba fascinada con él, se sentía muy querida y él era un gran poeta. Por esos años ya había un grupo que lo postulaba al Nobel".
"Estaban en etapas distintas", agrega esta misma fuente, explicando por qué la relación no prosperó. Varios años después del término de su relación con Nicanor, Ana María murió en forma trágica, al caer de su departamento.
Es probable que después de ella haya habido otras mujeres. Francisco Véjar conoció a la última, con la que vivió al menos hasta 1996. Tres años antes, Véjar llegó a Las Cruces junto a Antonio Avaria y Jorge Teillier y les abrió la puerta una muchacha muy joven, que vestía short y polera. Les dijo que Nicanor dormía la siesta, que regresaran más tarde. "Se llamaba Andrea Lodeiro", recuerda Véjar. "Cuando volvimos, ella estaba vestida elegantísima y Nicanor había puesto tasas muy finas para servir el té. Todas las veces que la vi, ella estaba muy incorporada a la vida cotidiana de Nicanor Parra. Si necesitaba un libro ella sabía dónde estaba y se lo traía. Eran pareja, de andar tomados de la mano". Francisco coincidió nuevamente con ambos en el invierno de 1994, en un encuentro de escritores en Temuco. "Andaban juntos para todos lados y Nicanor estaba muy contento, muy orgulloso de presentarla".
Nicanor y Andrea se habrían separado después de 1996. Ese año fue el lanzamiento de Hojas de Parra, la última vez que Francisco Véjar los vio juntos. "Estuve muy cerca suyo en esa época y Nicanor quedó muy mal después de esa separación. Estuvo muy enamorado. Después de la Andrea y de ese desgarro vino el discurso del anacoreta, de quien se retira al bosque y renuncia".
Según el Código de Manú, el anacoreta se va solo y desnudo al bosque. Así lo explica el propio Parra, al menos. En la terraza de su casa de Las Cruces, sentado sobre una silla blanca, de plástico, Nicanor ha desmenuzado todos los pasos que debe seguir un hombre superior según el manual de vida de los hindúes. Al igual que el anacoreta, Parra está solo; no sabemos si es feliz. "A Nicanor le hizo falta una señora, una mujer que fuera su pareja en el mundo espiritual, emocional. Él no lo reconoce ni lo dice, pero siento que le hizo falta", había mencionado Francisco Véjar. Luego del discurso del anacoreta, esas palabras cobran sentido.
La pregunta sería la siguiente interpela Parra, como si fuera, de nuevo, un profesor dictando cátedra ¿A qué se va solo el anacoreta al bosque? Se va en pos de Brahma. Usted se preguntará quién es Brahma. Alma universal de la que fuimos mutilados contra la voluntad divina, por unos demonios disfrazados de dioses...
Nicanor hace una pausa y parece, por fin, fuera del embelesamiento que le provocan los preceptos orientales. Abandona el discurso de docente que ha sostenido por más de una hora, y confiesa:
Yo leí esto tardíamente. Llegué a Las Cruces como un anacoreta de 80 años. Hacía tiempo que tendría que haber sido asceta. En términos generales, salvo error u omisión, a mí me parece que esta es la cosmovisión más coherente en materia de sociabilidad... A propósito de qué llegamos a este punto, ¿se acuerda?
A propósito del amor platónico. El único del que ahora Parra se siente capaz.
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