LA TRAVESÍA A UNA SEÑORIAL MANSIÓN DE SANTIAGO
SIEMPRE NOS LLAMÓ LA ATENCIÓN ESA GRACIOSA Y ARMÓNICA CONSTRUCCIÓN EN LA ALAMEDA, CON SU INTRÉPIDA TORRE Y ESOS ENIGMÁTICOS SALONES, QUE DE VEZ EN CUANDO SE DEJABAN VER ENTRE REPUESTOS DE AUTO Y PIEZAS DE HOLAJATA.
¿QUÉ MARAVILLAS OCULTA?, ¿SERÁ SÓLO UNA FACHADA BONITA?, NOS PREGUNTÁBAMOS INCESANTES. Y HOY POR FIN, LUEGO DE DIVAGAR LARGAS HORAS POR EL CENTRO DE SANTIAGO, LOGRAMOS ENTRAR.
ÉSTA ES LA CRÓNICA DE UN VIAJE AL EPICENTRO DEL MÍTICO PALACIO ELGUÍN.
Hace un tiempo escribimos un extenso artículo sobre el Palacio Elguín, ese hermoso edificio de la Alameda, obra del arquitecto Teodoro Burchard y el decorador Alejandro Boulet, levantado en 1887. Hablamos de su fachada escenográfica y extravagante, su ingeniosa planimetría que oculta tres grandes casas. Comentamos el lujoso mobiliario que decoraba los pomposos salones, y cómo esta mansión palaciega sobrevivía a duras penas, convertida en comercio de repuestos de autos.
La escasa información que obtuvimos nos hablaba de un maravilloso hall románico de triple altura, salones con artesonado, decoración neo barroca en pasillos y salones. Pero sin fotografías ni noticias concretas, nos comenzamos a preguntar si tales datos eran correctos, y como todos los seguidores de la arquitectura, llegamos a pensar que en realidad el Palacio Elguín era una más de las numerosas “fachadas” de yeso construidas a fines del siglo XIX, y que el sueño del minero, era tan sólo eso, un efímero conjunto de estuco.
Palacio Elguin- Patio
La suerte llegó un caluroso día de noviembre. El equipo de Brügmann y un arquitecto colaborador, tuvo el placer de introducirse en los recónditos interiores de la residencia de Nazario Elguín.
El ingreso a esta casa ya no es por la portada de la Av. Libertador Bernardo O’’Higgins –la Alameda de las Delicias-, sino que por el antiguo portón de coches, en Avenida Brasil n°40. Con planos en mano, caminamos hacia lo que fue jardín, hoy lleno de autos estacionados. Al oriente se desarrolla la zona de servicio: ventanas con vitreaux, rejas de fierro forjado y enredaderas que trepan hasta las cornisas, en una intrigante composición casi medieval.
A lo lejos se divisa la gran cúpula; y los altos techos de la casa, que se acercan a nosotros más de 100 metros, hasta llegar a una amplia galería, con añosos árboles, decorada con un largo friso de grecas.
Una esquina parece haber sido demolida, y en los muros se ven trozos de mayólica verde, vestigio de un antiguo baño.
Este es hoy el ingreso oficial al palacio.
Entramos por una sucesión de salas con techo abovedado, muros de molduras simples y tanta basura que entre la oscuridad poco podíamos avanzar. Pasamos a una salita por un tosco vano abierto de reciente data, llegamos a un corredor extenso, con guirnaldas en los muros y piso de mármol. El plano nos muestra que ahí hubo una galería cubierta, que circundaba un patio interior, donde había al parecer un jardín de invierno, salitas menores y la cocina. “Hemos llegado al Palacio”, pensamos.
Palacio Elguin- Comedor
Giramos precipitadamente hacia el oriente, a una pieza con baldosas negras y blancas, donde había una pequeña entrada al sótano, que se abría desde el piso falso. Pasamos a otra estancia, entre la oscuridad se veía una maravillosa claraboya circular, con vidrios esmerilados y de colores, con cuatro rostros mirándonos fijamente. La sensación de asombro nos llegó cuando se encendieron las luces, y apareció en el cielo un fantástico trabajo de artesonado. Madera policromada en colores azules y dorados, que se entremezclaban con ménsulas de madera, que bajaban por finas pilastras pintadas, y se fusionaban con los muros enmaderados con revestimiento de raíz, y artístico diseño.
El parquet era dibujado, ya gris por la capa de polvo. En una esquina estaban aun las viejas puertas, con vidrios de colores y de más de tres metros de altura. La habitación era larga, y la decoración se acercaba al pretencioso renacimiento francés, estilo utilizado comúnmente en el siglo XIX para decorar el Gran Comedor de los nuevos palacetes. Fue éste el sitio predilecto para los grandes banquetes, y donde seguramente Elguín veía satisfecho todos sus esfuerzos, entre finos platillos, el reloj dorado con la figura de atlas y la hermosa vitrina tallada con la Reina Isabel entregando sus joyas a Cristóbal Colón.
Palacio Elguin- Salón Oriental
La sala termina en un pasillo central, que según el plano conduce a otras estancias de menor tamaño. Entramos por la única puerta abierta, a una sala con piso de parquet que dibuja la imagen del sol naciente oriental, en los muros hay largas franjas con letras chinas y un impresionante cielo con un plafond circular, atiborrado de ornamentos chinescos. Debe ser el famoso Salón Oriental. Que en sus mejores años albergó la gran pagoda japonesa de madera dorada, divanes con tapiz de seda, porcelanas chinas, alfombras persas y una lámpara de bronce con armas de Tokugaba
Palacio Elguin- Escalinata
Seguimos avanzando por el ancho pasillo, nuestros ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, y la ráfaga de luz natural que nos llegó de repente, nos llenó de alegría y asombro.
Pasamos a una habitación grande, nos recibía la imponente figura de un hombre, que sentado en una roca, miraba fijamente al cielo con la mano levantada en eterna gloria. Bajo él se extendía una escalinata imperial, que bajaba en dos tramos, con gruesos balaustres y pasamanos de mármol. A nuestro alrededor dos portadas, con arcos de medio punto, rematados por frontones triangulares, decorados con una heráldica de yelmos medievales y ardillas. Altos ventanales y columnas, se elevaban a más de cinco metros, para dar paso a una extensa cornisa, que sostenía arquerías con columnas jónicas policromadas, un cielo curvo, aun pintado con motivos vegetales y artísticos, remataba en una enorme claraboya rectangular, sostenida por pequeñas ménsulas de figurativos rostros femeninos. Era este el legendario Hall Central, menos románico de lo que creíamos, pero mucho más barroco y extraordinario. Podía ser el patio de una villa italiana o una galería de la Francia de Napoleón, pero definitivamente, lo que veíamos no era Chile.
El silencio de la sala tampoco hacía pensar que a metros se encontraba la hoy bulliciosa Alameda. Por un momento nos transportamos a 1890, y sentimos el ruido del agua de la pila de fierro que estuvo al centro, nos sentamos en los bancos renacentistas de caoba, y nos iluminamos con la luz de las dos estatuas con faroles de fierro forjado, que seguramente ornamentaban la monumental bajada de la escalera; mientras ese estático ser mitológico nos miraba, resguardando celoso los secretos del reducto más íntimo de la familia Elguín, testigo de pasos, miradas y decadentes transformaciones, hace ya 123 años.
Palacio Elguín- Hall
Palacio Elguín- Hall
Palacio Elguín- Salón Árabe
Al sur hay una serie de umbrales tapeados, que dejaban entrever la sucesión de salones hacia la Alameda. Al centro, por una gran puerta, se veían las famosas salas estilo Luis XVI y Luis XV. Los techos habían sido bajados, pero aun se podían apreciar las sinuosas molduras, estucos recargados en las paredes, medallones y un gran arco que los unía; visión desoladora, sin pensamos que antes deslumbraban por su impecable mobiliario francés dorado de época.
Al fondo, el Salón Árabe, con su techo decorado con vivos colores, y sus muros cubiertos por parachoques, donde antes los grandes espejos reflejaban muebles con incrustaciones de nácar, lámparas árabes, bustos de mármol y figuras de fierro.
Palacio Elguin- Ingreso
Miramos ahora por otro umbral tapeado. Era el antiguo corredor de ingreso, que se proyecta interminable hacia la Alameda. En el cielo se ven dos bóvedas, y al centro un espacio vacío con una claraboya, cuya luz ilumina la figura de una mujer con peinetón y ramillete, que desde su domo observa al visitante desde lo alto; como cerrando las viejas mamparas de vidrios biselados que aun sobreviven entre estanterías, mesas, sillones y televisores en desuso.
Palacio Elguin- Hall 2do piso
La escalera del Hall sube en dos tramos hacia un entrepiso, los pavimentos son de mármol y gres cerámico. En el descanso central está la gran escultura, sobre una roca y un elaborado pedestal, que vio bajar tantas veces la delicada silueta de Albina Elguín, cubierta de brillantes para presidir alguna fabulosa velada.
El pasillo del entrepiso conduce a una escalera de madera, finamente tallada, que nos lleva al nivel superior. Desembocamos en la galería que forma la incesante arquería de columnas jónicas policromadas. El piso es de madera, y los muros tienen bajos paneles con diseño, y una franja pintada de grecas. La vista es maravillosa desde la altura, el salón cuadrado que alcanza más de 12 metros de altura; los frontones, la escalera, las arquerías, el techo con ese lucernario impresionante, que acompañado de dos pequeñas claraboyas ilumina el espacio tan cálidamente, que por un momento se nos olvida la decadencia y el abandono en que estamos inmersos.
Hacia el norte hay una gran habitación, con paneles de estuco, que conduce a una terraza techada, donde están las puertas y ventanas de la casa apiladas en la pared. Al centro se ve la claraboya del comedor, tragaluces y una escalera de servicio.
Si seguimos hacia el sur por el pasillo del hall, llegamos a una alta puerta que conduce a la zona residencial de la mansión. Seguramente en tiempos modernos esta parte fue subdividida, y rentada como una casa independiente. Los planos muestran una escalera que lleva directamente a este piso, en el lugar donde antiguamente estaba la entrada de servicio. Esta transformación se evidencia en los numerosos agregados que hay, tabiquería liviana, muros tapeados y divisiones en los dormitorios. Inmediata al portal del acceso, hay una escalera que conduce al tercer nivel, y una sala de recibo, iluminada por un gran ventanal. Junto a ella hay dos pequeñas salitas, y un espacio vacío con los restos de un montacargas.
Palacio Elguin- Segundo piso
Caminamos por el pasillo central, decorado con cuatro medallones con rostros de ángeles, símbolo de la humanidad por sobre la divinidad. Dos puertas conducen a dormitorios, de muros lisos y piso de madera. Al fondo hay una gran puerta que lleva a dos habitaciones con paneles de estuco, que dan al balcón central de la Alameda.
Están unidas por una puerta y tienen acceso privado a un baño y otra estancia adyacente. Son seguramente las habitaciones personales de Nazario Elguín y su mujer Carmen Rodríguez.
Por un pequeño agujero en la puerta nos arrastramos y salimos al balcón, hoy cubierto por una malla blanca puesta después del terremoto. Qué sensación más gratificante, estamos parados en baldosas pintadas, en el mismo lugar donde quizás hace más de 100 años, el señor Elguín miraba todas las mañanas desde su palacio, el lento andar de la elegante avenida.
Palacio Elguin- Tercer piso
Continuamos hacia el tercer nivel, la escalera desemboca en un corredor, con un gran ventanal de par en par, hoy sin vidrios por donde entran las palomas. Acá el abandono y la desolación es evidente, los pisos, los cielos, los muros están cubiertos de basura, excremento de ratones y aves. Hay habitaciones pequeñas, al menos cuatro. Al fondo contemplamos el gran ventanal con el rosetón, entre tabiquerías y vanos, de una subdivisión de la habitación. A ambos lados hay piezas largas, una con restos de cañerías, de lo que fue seguramente un baño.
Palacio Elguín- Cúpula
Hacia el poniente está la escalera de la cúpula, endeble y destruida, pero nuestro entusiasmo nos alienta a seguir a pesar del peligro de derrumbe.
La escalera llega al techo, no hay barandas ni un camino, cruzamos por las planchas de metal, cuidadosos de no caer, para entrar a la base cuadrada de la cúpula: un gigantesco armazón de madera, desde donde se puede ver todo Santiago, hoy tan oculto por esas moles de cemento y vidrio, que algunos llaman hogar.
Cuándo íbamos a pensar que estaríamos en la cima del mundo, tal como debe haberse sentido el viejo minero cansado, mirando Santiago desde lo alto de su cúpula, desde donde un asta de madera se eleva a más de 30 metros, rematado por un orbe y un monograma: Nazario Elguín, en lo que fuera la residencia más alta de la capital en el siglo XIX
Palacio Elguín- Hall
Despidiéndonos, bajamos extasiados, por esos corredores decadentes y magníficos,. Volvemos a ese vestíbulo, sacado de una escenografía trasplantada de la vieja Europa, y admiramos por última vez quizás, la magnificencia de ese pequeño rincón en el centro de Santiago, huella de dos artistas extraordinarios, que dejaron su marca de extravagancia y lujo decorativo, en lo que fue el capricho de un notable personaje de nuestra historia, que habitó por algunos años uno de los más espléndidos palacios del Chile Republicano…
http://brugmannrestauradores.blogspot.com/2010/12/la-travesia-una-senorial-mansion-de.html
SIEMPRE NOS LLAMÓ LA ATENCIÓN ESA GRACIOSA Y ARMÓNICA CONSTRUCCIÓN EN LA ALAMEDA, CON SU INTRÉPIDA TORRE Y ESOS ENIGMÁTICOS SALONES, QUE DE VEZ EN CUANDO SE DEJABAN VER ENTRE REPUESTOS DE AUTO Y PIEZAS DE HOLAJATA.
¿QUÉ MARAVILLAS OCULTA?, ¿SERÁ SÓLO UNA FACHADA BONITA?, NOS PREGUNTÁBAMOS INCESANTES. Y HOY POR FIN, LUEGO DE DIVAGAR LARGAS HORAS POR EL CENTRO DE SANTIAGO, LOGRAMOS ENTRAR.
ÉSTA ES LA CRÓNICA DE UN VIAJE AL EPICENTRO DEL MÍTICO PALACIO ELGUÍN.
Hace un tiempo escribimos un extenso artículo sobre el Palacio Elguín, ese hermoso edificio de la Alameda, obra del arquitecto Teodoro Burchard y el decorador Alejandro Boulet, levantado en 1887. Hablamos de su fachada escenográfica y extravagante, su ingeniosa planimetría que oculta tres grandes casas. Comentamos el lujoso mobiliario que decoraba los pomposos salones, y cómo esta mansión palaciega sobrevivía a duras penas, convertida en comercio de repuestos de autos.
La escasa información que obtuvimos nos hablaba de un maravilloso hall románico de triple altura, salones con artesonado, decoración neo barroca en pasillos y salones. Pero sin fotografías ni noticias concretas, nos comenzamos a preguntar si tales datos eran correctos, y como todos los seguidores de la arquitectura, llegamos a pensar que en realidad el Palacio Elguín era una más de las numerosas “fachadas” de yeso construidas a fines del siglo XIX, y que el sueño del minero, era tan sólo eso, un efímero conjunto de estuco.
Palacio Elguin- Patio
La suerte llegó un caluroso día de noviembre. El equipo de Brügmann y un arquitecto colaborador, tuvo el placer de introducirse en los recónditos interiores de la residencia de Nazario Elguín.
El ingreso a esta casa ya no es por la portada de la Av. Libertador Bernardo O’’Higgins –la Alameda de las Delicias-, sino que por el antiguo portón de coches, en Avenida Brasil n°40. Con planos en mano, caminamos hacia lo que fue jardín, hoy lleno de autos estacionados. Al oriente se desarrolla la zona de servicio: ventanas con vitreaux, rejas de fierro forjado y enredaderas que trepan hasta las cornisas, en una intrigante composición casi medieval.
A lo lejos se divisa la gran cúpula; y los altos techos de la casa, que se acercan a nosotros más de 100 metros, hasta llegar a una amplia galería, con añosos árboles, decorada con un largo friso de grecas.
Una esquina parece haber sido demolida, y en los muros se ven trozos de mayólica verde, vestigio de un antiguo baño.
Este es hoy el ingreso oficial al palacio.
Entramos por una sucesión de salas con techo abovedado, muros de molduras simples y tanta basura que entre la oscuridad poco podíamos avanzar. Pasamos a una salita por un tosco vano abierto de reciente data, llegamos a un corredor extenso, con guirnaldas en los muros y piso de mármol. El plano nos muestra que ahí hubo una galería cubierta, que circundaba un patio interior, donde había al parecer un jardín de invierno, salitas menores y la cocina. “Hemos llegado al Palacio”, pensamos.
Palacio Elguin- Comedor
Giramos precipitadamente hacia el oriente, a una pieza con baldosas negras y blancas, donde había una pequeña entrada al sótano, que se abría desde el piso falso. Pasamos a otra estancia, entre la oscuridad se veía una maravillosa claraboya circular, con vidrios esmerilados y de colores, con cuatro rostros mirándonos fijamente. La sensación de asombro nos llegó cuando se encendieron las luces, y apareció en el cielo un fantástico trabajo de artesonado. Madera policromada en colores azules y dorados, que se entremezclaban con ménsulas de madera, que bajaban por finas pilastras pintadas, y se fusionaban con los muros enmaderados con revestimiento de raíz, y artístico diseño.
El parquet era dibujado, ya gris por la capa de polvo. En una esquina estaban aun las viejas puertas, con vidrios de colores y de más de tres metros de altura. La habitación era larga, y la decoración se acercaba al pretencioso renacimiento francés, estilo utilizado comúnmente en el siglo XIX para decorar el Gran Comedor de los nuevos palacetes. Fue éste el sitio predilecto para los grandes banquetes, y donde seguramente Elguín veía satisfecho todos sus esfuerzos, entre finos platillos, el reloj dorado con la figura de atlas y la hermosa vitrina tallada con la Reina Isabel entregando sus joyas a Cristóbal Colón.
Palacio Elguin- Salón Oriental
La sala termina en un pasillo central, que según el plano conduce a otras estancias de menor tamaño. Entramos por la única puerta abierta, a una sala con piso de parquet que dibuja la imagen del sol naciente oriental, en los muros hay largas franjas con letras chinas y un impresionante cielo con un plafond circular, atiborrado de ornamentos chinescos. Debe ser el famoso Salón Oriental. Que en sus mejores años albergó la gran pagoda japonesa de madera dorada, divanes con tapiz de seda, porcelanas chinas, alfombras persas y una lámpara de bronce con armas de Tokugaba
Palacio Elguin- Escalinata
Seguimos avanzando por el ancho pasillo, nuestros ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, y la ráfaga de luz natural que nos llegó de repente, nos llenó de alegría y asombro.
Pasamos a una habitación grande, nos recibía la imponente figura de un hombre, que sentado en una roca, miraba fijamente al cielo con la mano levantada en eterna gloria. Bajo él se extendía una escalinata imperial, que bajaba en dos tramos, con gruesos balaustres y pasamanos de mármol. A nuestro alrededor dos portadas, con arcos de medio punto, rematados por frontones triangulares, decorados con una heráldica de yelmos medievales y ardillas. Altos ventanales y columnas, se elevaban a más de cinco metros, para dar paso a una extensa cornisa, que sostenía arquerías con columnas jónicas policromadas, un cielo curvo, aun pintado con motivos vegetales y artísticos, remataba en una enorme claraboya rectangular, sostenida por pequeñas ménsulas de figurativos rostros femeninos. Era este el legendario Hall Central, menos románico de lo que creíamos, pero mucho más barroco y extraordinario. Podía ser el patio de una villa italiana o una galería de la Francia de Napoleón, pero definitivamente, lo que veíamos no era Chile.
El silencio de la sala tampoco hacía pensar que a metros se encontraba la hoy bulliciosa Alameda. Por un momento nos transportamos a 1890, y sentimos el ruido del agua de la pila de fierro que estuvo al centro, nos sentamos en los bancos renacentistas de caoba, y nos iluminamos con la luz de las dos estatuas con faroles de fierro forjado, que seguramente ornamentaban la monumental bajada de la escalera; mientras ese estático ser mitológico nos miraba, resguardando celoso los secretos del reducto más íntimo de la familia Elguín, testigo de pasos, miradas y decadentes transformaciones, hace ya 123 años.
Palacio Elguín- Hall
Palacio Elguín- Hall
Palacio Elguín- Salón Árabe
Al sur hay una serie de umbrales tapeados, que dejaban entrever la sucesión de salones hacia la Alameda. Al centro, por una gran puerta, se veían las famosas salas estilo Luis XVI y Luis XV. Los techos habían sido bajados, pero aun se podían apreciar las sinuosas molduras, estucos recargados en las paredes, medallones y un gran arco que los unía; visión desoladora, sin pensamos que antes deslumbraban por su impecable mobiliario francés dorado de época.
Al fondo, el Salón Árabe, con su techo decorado con vivos colores, y sus muros cubiertos por parachoques, donde antes los grandes espejos reflejaban muebles con incrustaciones de nácar, lámparas árabes, bustos de mármol y figuras de fierro.
Palacio Elguin- Ingreso
Miramos ahora por otro umbral tapeado. Era el antiguo corredor de ingreso, que se proyecta interminable hacia la Alameda. En el cielo se ven dos bóvedas, y al centro un espacio vacío con una claraboya, cuya luz ilumina la figura de una mujer con peinetón y ramillete, que desde su domo observa al visitante desde lo alto; como cerrando las viejas mamparas de vidrios biselados que aun sobreviven entre estanterías, mesas, sillones y televisores en desuso.
Palacio Elguin- Hall 2do piso
La escalera del Hall sube en dos tramos hacia un entrepiso, los pavimentos son de mármol y gres cerámico. En el descanso central está la gran escultura, sobre una roca y un elaborado pedestal, que vio bajar tantas veces la delicada silueta de Albina Elguín, cubierta de brillantes para presidir alguna fabulosa velada.
El pasillo del entrepiso conduce a una escalera de madera, finamente tallada, que nos lleva al nivel superior. Desembocamos en la galería que forma la incesante arquería de columnas jónicas policromadas. El piso es de madera, y los muros tienen bajos paneles con diseño, y una franja pintada de grecas. La vista es maravillosa desde la altura, el salón cuadrado que alcanza más de 12 metros de altura; los frontones, la escalera, las arquerías, el techo con ese lucernario impresionante, que acompañado de dos pequeñas claraboyas ilumina el espacio tan cálidamente, que por un momento se nos olvida la decadencia y el abandono en que estamos inmersos.
Hacia el norte hay una gran habitación, con paneles de estuco, que conduce a una terraza techada, donde están las puertas y ventanas de la casa apiladas en la pared. Al centro se ve la claraboya del comedor, tragaluces y una escalera de servicio.
Si seguimos hacia el sur por el pasillo del hall, llegamos a una alta puerta que conduce a la zona residencial de la mansión. Seguramente en tiempos modernos esta parte fue subdividida, y rentada como una casa independiente. Los planos muestran una escalera que lleva directamente a este piso, en el lugar donde antiguamente estaba la entrada de servicio. Esta transformación se evidencia en los numerosos agregados que hay, tabiquería liviana, muros tapeados y divisiones en los dormitorios. Inmediata al portal del acceso, hay una escalera que conduce al tercer nivel, y una sala de recibo, iluminada por un gran ventanal. Junto a ella hay dos pequeñas salitas, y un espacio vacío con los restos de un montacargas.
Palacio Elguin- Segundo piso
Caminamos por el pasillo central, decorado con cuatro medallones con rostros de ángeles, símbolo de la humanidad por sobre la divinidad. Dos puertas conducen a dormitorios, de muros lisos y piso de madera. Al fondo hay una gran puerta que lleva a dos habitaciones con paneles de estuco, que dan al balcón central de la Alameda.
Están unidas por una puerta y tienen acceso privado a un baño y otra estancia adyacente. Son seguramente las habitaciones personales de Nazario Elguín y su mujer Carmen Rodríguez.
Por un pequeño agujero en la puerta nos arrastramos y salimos al balcón, hoy cubierto por una malla blanca puesta después del terremoto. Qué sensación más gratificante, estamos parados en baldosas pintadas, en el mismo lugar donde quizás hace más de 100 años, el señor Elguín miraba todas las mañanas desde su palacio, el lento andar de la elegante avenida.
Palacio Elguin- Tercer piso
Continuamos hacia el tercer nivel, la escalera desemboca en un corredor, con un gran ventanal de par en par, hoy sin vidrios por donde entran las palomas. Acá el abandono y la desolación es evidente, los pisos, los cielos, los muros están cubiertos de basura, excremento de ratones y aves. Hay habitaciones pequeñas, al menos cuatro. Al fondo contemplamos el gran ventanal con el rosetón, entre tabiquerías y vanos, de una subdivisión de la habitación. A ambos lados hay piezas largas, una con restos de cañerías, de lo que fue seguramente un baño.
Palacio Elguín- Cúpula
Hacia el poniente está la escalera de la cúpula, endeble y destruida, pero nuestro entusiasmo nos alienta a seguir a pesar del peligro de derrumbe.
La escalera llega al techo, no hay barandas ni un camino, cruzamos por las planchas de metal, cuidadosos de no caer, para entrar a la base cuadrada de la cúpula: un gigantesco armazón de madera, desde donde se puede ver todo Santiago, hoy tan oculto por esas moles de cemento y vidrio, que algunos llaman hogar.
Cuándo íbamos a pensar que estaríamos en la cima del mundo, tal como debe haberse sentido el viejo minero cansado, mirando Santiago desde lo alto de su cúpula, desde donde un asta de madera se eleva a más de 30 metros, rematado por un orbe y un monograma: Nazario Elguín, en lo que fuera la residencia más alta de la capital en el siglo XIX
Palacio Elguín- Hall
Despidiéndonos, bajamos extasiados, por esos corredores decadentes y magníficos,. Volvemos a ese vestíbulo, sacado de una escenografía trasplantada de la vieja Europa, y admiramos por última vez quizás, la magnificencia de ese pequeño rincón en el centro de Santiago, huella de dos artistas extraordinarios, que dejaron su marca de extravagancia y lujo decorativo, en lo que fue el capricho de un notable personaje de nuestra historia, que habitó por algunos años uno de los más espléndidos palacios del Chile Republicano…
http://brugmannrestauradores.blogspot.com/2010/12/la-travesia-una-senorial-mansion-de.html
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